Continuamente la prensa nos muestra imágenes realmente sobrecogedoras de niños inmersos en guerras blandiendo armas reales. El mundo es lo que es, porque nos hemos educado en la violencia y hemos vivido inmersos en la crueldad y el odio mucho más de lo que desde nuestros confortables y apacibles hogares occidentales queremos ver. La educación siempre sucede, la buena y la mala. Siempre se inoculan valores a los niños y se perpetúan entre las personas de todas las edades. La cuestión es que valores y contradicciones, que todo ser humano posee, marcan las acciones que se llevan o se omiten y que son las que de manera infinitesimal, se van sumando y a la postre dirigen el destino del mundo.
¿En qué valores estamos educando? ¿En qué valores se está educando en otros países, en otras culturas, en otros entornos socioeconómicos? La guerra se viste siempre de gala y hace alarde de “valores” torticeros de los que se vale para manipular y crear falsas conciencias que justifiquen lo injustificable.
Entre contradicciones y contrastes se desarrolla la vida en nuestro planeta. Respetar y ver al otro con empatía vs defenderse y destruir al enemigo. El amor y el odio. El bien y el mal. Los dos polos opuestos que a la vez se atraen, que coexisten y hacen girar el mundo. Las luces y sombras de la humanidad. Algún día podremos alcanzar una sociedad no violenta. Y sin embargo…¡estamos tan lejos!…pero a pesar de todo…nos aproximamos. Poco a poco, la humanidad va aceptando la idea de un mundo en Paz. Aunque algunos encuentren en la guerra un camino hacia ella.
La educación en valores…siempre sucede. Transmitimos a nuestros niños, de forma explícita o implícita, los principios que guían nuestra conducta. Cuando hablamos de “valores” damos por hecho que nos referimos a los valores positivos, buenos para uno mismo y para la colectividad. Adler (padre de la Psicología Individual y pionero en la formación de educadores) dice que los niños siempre están aprendiendo y decidiendo “cómo hay que ser y qué es lo hay que hacer en la vida”. Esto está en íntima relación con “qué valores serán los míos”.
A pesar de que teóricamente, o socialmente, todos declaramos generalmente estar del lado de los valores positivos o “políticamente correctos”, a la hora de la verdad, mantenemos un “sí, pero”, ya que “el mundo es como es y uno no se puede dejar avasallar y tiene que defenderse”. Defendemos unos valores, pero también en realidad “nos defendemos” con otros.
¿Qué sucede cuando hemos de educar?
Ambas partes entran en conflicto, y quedan al descubierto nuestras contradicciones. No sólo me refiero a las contradicciones personales, de los padres o profesores, sino también a las contradicciones y ambivalencias que mantenemos como sociedad. Los niños nos ponen siempre ante ellas y nos obligan a hacerlas conscientes y a dar respuesta a las mismas. Una respuesta que no tenemos preparada porque convivimos con nuestras contradicciones sin percatarnos siquiera de que existen.
Cuando la educación de los hijos nos pone en situaciones conflictivas, nos crea dificultades y hasta nos deja sin argumentos y desconcertados, en esos momentos nuestra tarea educativa nos está educando. Esta poniendo a prueba nuestra coherencia, nuestros sentimientos, nuestras ideas y nuestra capacidad de análisis y de búsqueda de soluciones. Esto es un reto que a veces puede parecer que nos supera y que requiere de nosotros un importante esfuerzo y que “nos complica la vida”, pero gracias a la educación de los hijos, los padres y educadores continúan su propia evolución como personas. Creo que ese “reciclaje”, esa “formación continua” que supone atender a las cuestiones vitales y de conciencia que la educación plantea, nos ayuda a conocernos a nosotros mismos y a elegir el rumbo en la vida y nos enriquece como personas. No hay mayor motivación para un padre que sus hijos y por ellos hacen cosas que nunca hubieran imaginado hacer. Pero…
¿Estamos preparados para aprender y para cambiar?
El día a día nos mantiene demasiado ocupados, tanto física como mentalmente, y las cuestiones educativas se quedan atrás. Los padres tienen poco tiempo para educar a los niños porque muchas veces los ven poco y tampoco tienen tiempo para pensar con calma en cómo les están educando, qué cuestiones están pendientes de solucionar y cómo van a encarar estos problemas. También está la cuestión de poner en común ambos progenitores lo que cada uno piensa y siente acerca de todas estas cuestiones. No hay tiempo para buscar soluciones, ni para analizar debidamente la situación cuando se ha formado un conflicto en el que los padres están emocionalmente involucrados y que no saben ver con claridad. Por eso se suele buscar ayuda externa en la consulta a un profesional de la educación.
Acudir a un experto requiere tiempo y esfuerzo, tanto económico como logístico. Y desgraciadamente a menudo el experto les dirá que el niño requiere tiempo de calidad con sus padres y que en realidad el niño necesita cambios en el día a día que sólo los padres pueden implementar. Y los padres sienten que se encuentran muchas veces en un callejón sin salida.
El experto aunque inicialmente relaja la situación y aporta luz, no puede realizar los cambios en la dinámica familiar sin que los padres tomen las riendas. Para ello han de recuperar su capacidad para educar eficientemente. Capacitarse (tener claro hacia donde dirigirse y sentirse capaces) y retomar confianza en sí mismos. Controlar sus emociones y mantener la situación con un grado de solvencia que permita mejorarla. Ir avanzando hacia donde ellos hayan decidido que quieren ir.
Una visión externa y experta y que conecte adecuadamente con el sentir de los padres puede ser determinante para desbloquear la situación y dar tregua a los padres para recuperarse y tomar con nueva energía las situaciones que se han complicado extraordinariamente, muchas veces por aplicación de soluciones que no funcionan y que se siguen aplicando por desconocimiento de otras opciones que sí podrían ayudar a salir del bucle. ( Como no estudias te grito, como te grito te rebelas, como te rebelas te castigo, como te castigo, te rebelas más….y de paso, ya con tantas tensiones…¡ni pensar en estudiar!).
Una ayuda siempre viene bien, y a veces es necesaria, para recuperar “lo perdido” en el proceso del conflicto, pero la solución la implementan los padres. Hay que dedicar tiempo que escasea, en situaciones en las que “no hay tiempo que perder”: el niño va a repetir curso, el niño está cada vez más rebelde, los hermanos cada vez se llevan peor, etc.
Pero hay que parar estas preocupaciones acuciantes, tranquilizarse, reflexionar, retomar desde los propios valores de cada cual, qué quiere transmitir a sus hijos, recapacitar sobre cómo está educándoles, pensar en cómo le gustaría educarles. Ver en qué se puede mejorar. Ver qué podemos cambiar los adultos para mejorar la situación. Probar y si algo no da resultado buscar otras opciones, porque lo que nos parece apropiado no siempre es lo que funciona a la hora de la verdad. No desanimarse y seguir haciendo las cosas lo mejor posible y reconocer el esfuerzo propio y de todos los miembros de la familia.
También es importante no centrarse únicamente en lo que no se ha conseguido, valorar los logros parciales porque “la perfección” no se alcanza nunca, pero sí se puede mejorar y a eso sí que nunca debemos renunciar. Lo importante es que el camino que seguimos conduzca al sitio a donde queremos ir y lo sigamos “sin prisa ni pausa”, con tranquilidad y con ilusión. Cada día somos distintos gracias a lo que hemos vivido en el día de ayer. Todos aprendemos cada día a ser quien somos, quien vamos siendo.
Educar es una tarea diaria y que diariamente nos autocuestiona y nos pone a prueba. Nos conmina a seguir evolucionando y aprendiendo a ser personas. Personas que tienen un concepto de la vida, de sí mismas y de los otros que va desarrollándose y que va transformando a la propia persona y a su entorno.
Pilar Andújar Rodriguez (pianro@hotmail.com)
Licenciada en Psicología y miembro de la Asociación Disciplina Positiva España y de la Asociación Española de Psicología Adleriana.